Paisaje doméstico
Por Eva Grinstein
En la sala hay muy poca luz. No viene de los focos tradicionales
de iluminación cenital: sale del suelo. Hay varios reflectores
similares a los utilizados en teatro dispersos sobre el piso, a
cierta distancia de la pared y dirigidos hacia ella. Al mirar con
atención, la pared se vuelve lienzo, pantalla, escena. Una
serie de imágenes se arman y desarman a velocidad suave,
parsimoniosa. La vista se pierde; las ansiedades inquisidoras se
adormecen. No hay nada que comprender. Se ofrece una invitación
al goce estético, sólo hay que contemplar. Imágenes
se construyen y se destruyen. Figuras simples, por momentos geométricas,
se convierten en vacío. Vacíos complejos, por momentos
fantasmáticos, se convierten en figuras. El color se mueve.
La pared se hace más profunda.
Cuando el espectador logra sustraerse al embeleso inicial, comienza
a percibir los mecanismos que hacen posible la magia. Entre la pared
y los reflectores penden unas formas livianas, recortadas y colgadas
con hilo transparente. La luz cruza superando el obstáculo
y llega al muro convertida en sombra. Incide sobre unas siluetas
y falsos volúmenes apenas pintados en la superficie plana
de la pared, velando y desvelando imágenes. El color de la
pintura y el color de la luz convergen y se distancian en un proceso
lento que sucede justo delante de nuestros ojos, ahora lo ves, ahora
no. Un paisaje ambiguo se presenta y pronto desaparece sin que alcancemos
a definir sus bordes. No hay nada que definir. La obra es tiempo;
transcurre. Muda y versátil, pide ser observada sin precipitación.
Paisaje doméstico es una invención que reconfigura
la rigidez del espacio arquitectónico. Es la construcción
de un paisaje privado que juega a violentar, domesticándolo,
el trazado original de la sala. Un espacio nuevo, o mejor varios,
surgen motivados por el despliegue de luz que la artista controla
mediante un sencillo dispositivo eléctrico. Las perspectivas
se distorsionan y las líneas se tuercen. Brota una franja
delgada, como una pared vista de perfil, sin asideros, flotando
en el medio de la nada. Blanca, sobre blanco, pero visible gracias
al efecto de las sombras. Gris y un poco ocre. Las medidas falsas
y los volúmenes irreales se multiplican, cumpliendo una de
las promesas históricas de la ficción: todo podría
ser diferente, esto mismo es capaz de ser alguna otra cosa.
Con la instalación Paisaje doméstico, la artista argentina
Karina Peisajovich (Buenos Aires, 1966) realiza su primera muestra
individual en una sala europea. Si bien la pieza parece inscribirse
con naturalidad en la línea contemporánea de la intervención
espacial, su autora fue relacionada durante los años noventa
con la más estricta tradición pictórica, particularmente
fructífera en la Argentina. Formada en la Escuela Nacional
de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, Peisajovich fue luego
seleccionada para integrar la Beca de Perfeccionamiento Artístico
dirigida en Buenos Aires por Guillermo Kuitca. Más tarde
obtendría dos nuevas becas para realizar residencias en Nueva
York: en el centro Art Omi y en el ISCP (International Studio and
Curatorial Program).
Sus pinturas -óleos de gran formato, figurativos y autorreferenciales,
de colores planos y decorados con elementos ornamentales
geométricos- comenzaron a desplazarse de la tela a la pared,
en busca de nuevas posibilidades ligadas a la manipulación
de la luz. En una primera instancia la artista proyectó sobre
el muro -mediante diapositivas- las imágenes de sus cuadros,
sobreimprimiéndoles en forma simultánea haces de luz
emitidos por un reflector. En una segunda etapa, abandonando las
referencias a la figura humana y sumergiéndose en la experimentación
con el color, desarrolló varias piezas concebidas como pinturas
de luz, obtenidas al mezclar esferas de colores sobre el plano
de la pared. En la etapa actual, este sistema se complejiza al interponer
entre la luz y la pared objetos ligeros que proyectan sombras sobre
zonas de pintura previamente preparadas.
Sin ser explícitamente contenidistas, estas situaciones versátiles
que elabora Peisajovich remiten a una cualidad metafísica
presente también en sus pinturas. Oníricas, poéticas,
sus imágenes se proponen como experiencias sensoriales antes
que como relatos, aunque cierta cuota narrativa está implícita
en la temporalidad de las secuencias, en el acto de hacer aparecer
y desaparecer las figuras esbozadas en la ronda de las luces y las
sombras. En Paisaje doméstico no hay concepto subyacente,
aunque la artista evidentemente dirige con cuidadosa minuciosidad
las composiciones visuales y sus transformaciones. No tiene necesidad
de enfatizar los sentidos que evoca. Hay trucos pero no precisa
esconderlos, al contrario, los expone a la vista de quien los busque.
La obra transcurre y seduce con sus propias tensiones y equilibrios
precarios: ahora lo ves, ahora no.
Texto para el catálogo de Casa de América
Madrid, septiembre 2002
|